Todos hemos oído hablar en algún momento sobre la autoestima, pero ¿qué es la autoestima? La podemos definir como el aprecio o consideración que uno tiene de sí mismo, es decir, sería la manera en que nos evaluamos y nos percibimos a nosotros, basándonos en los pensamientos, sentimientos y sensaciones que vamos recopilando de nosotros mismos a lo largo de la vida.
La autoestima no es un concepto único de la etapa adulta, al contrario de lo que se pueda pensar, su desarrollo se inicia en las etapas más tempranas, siendo crucial su formación en esas edades y se considera un elemento básico en la construcción de la personalidad de los niños. Dependiendo del nivel de autoestima que cada niño posea se adquirirá un mejor o peor desarrollo en el aprendizaje, las relaciones sociales, la autonomía y en gran parte la felicidad. Cuando un niño es capaz de formar una buena autoestima se siente competente, seguro de sí mismo y valioso, en cambio la formación de una baja autoestima le provocará una desconfianza en sí mismo, sintiéndose inseguro e inferior a los demás.
Sin embargo, la autoestima de los adultos y de los niños, aunque se basa en la auto-valoración, se diferencian en ciertas cosas. Por ejemplo, los adultos contemplan más facetas relacionadas con conceptos abstractos, como la popularidad o el grado en el que se tiene éxito en la vida y los niños basan su autoestima en situaciones más concretas que van forjando la propia identidad. De esta forma en el niño se va formando el concepto de uno mismo al interpretar el resultado de sus acciones y de como se ve reflejado/a en las reacciones de los demás.
¿Cómo podemos fomentar una buena autoestima en los niños? El papel de los adultos en la autoestima de los niños es fundamental, pero más aún lo es la figura de sus padres, ya que los niños perciben los miedos e inseguridades de sus padres y las hacen suyas con gran facilidad. Por ello, es importante tener en cuenta las siguientes claves para fomentar niños que sean capaces de quererse y confíen en sí mismos y en su potencial.
- Dedicarles una parte de nuestro tiempo de manera exclusiva.
- Corregirles los errores sin perder la paciencia.
- Dar responsabilidades y fomentar las autonomías.
- No compararles con otros niños o con sus propios hermanos.
- No etiquetarles, como, por ejemplo: “torpe”, “malo”, “tonto”, “bueno”, “listo”, “inteligente”, etc.
- Usar la empatía, es decir, ponerse en el lugar de los más pequeños.
- Establecer unos límites claros y ser siempre consistentes con ellos.
- Valorar más el esfuerzo y no tanto el resultado.
- No sobreprotegerlos, de manera que fomentemos las inseguridades y la dependencia.
- Fomentar el optimismo, usando más un pensamiento positivo que uno pesimista.
Autor: Jesús García Vélez.